jueves, 16 de mayo de 2013

MUERTE ANUNCIADA DE LAS ISAPRES


Hay cosas que se pueden arreglar y otras que simplemente no tienen remedio. Esto último es el caso de las Isapres. A más de 30 años de que la dictadura introdujera el sistema privado de seguros de salud y a casi tres años desde que el Tribunal Constitucional las declarara al margen de nuestro sistema jurídico, hoy somos testigos del lento y agónico fin de un sistema ineficiente, injusto y abusivo. ¿Se imagina que en esta campaña presidencial nos pongamos a discutir cómo “perfeccionar” el sistema de Isapres? Llevamos más de 20 años tratando de enmendar el rumbo y mientras más retoques se hacen al sistema, más imperfecciones aparecen. Y al igual que en otros sectores, el mercado de la Isapres presenta una concentración cada vez mayor. Hoy cinco grupos controlan más de la mitad de ese mercado. No es de extrañar, entonces, que el sistema privado haya ido perdiendo cada vez más cotizantes. En 2003, las Isapres captaban 24,5 % de todos los cotizantes chilenos. En 2010 fue 21,8 % y la tendencia a la baja sigue. Ya pasó el tiempo de la reforma para salvar el sistema. El actual gobierno tuvo su tiempo y no lo aprovechó. Las Isapres tuvieron su oportunidad y la rechazaron. Los próximos gobiernos tendrán urgencias suficientes en el sector público de la salud como para perder tiempo y energías en un sistema que no quiere y no merece ser salvado. Sin embargo, poner fin a las Isapres es un asunto más fácil de decir que de implementar. Por eso, más que proponer que se deroguen o terminen por decreto, hay que volver a enfocarse en la salud pública. Mal que mal, ocho de cada 10 chilenos y chilenas que cotizan lo hacen en Fonasa. Tenemos que dedicar nuestros esfuerzos a diseñar y poner en marcha un sistema de salud público del cual nos podamos sentir orgullosos. Un sistema al que aportamos todos y donde todos gocemos de sus beneficios. Este sistema no sólo tiene que ser solidario, sino que además aspirar a ser de excelencia, con una articulación correcta y eficiente entre lo público y lo privado. Tenemos que aspirar, y podemos lograr, un sistema público que trate bien a los pacientes y sus familias, que cuente con hospitales modernos y amigables, con redes asistenciales eficaces y bien interconectadas, con una libre elección que no funcione simplemente bajo las reglas del mercado, sino que permita a las personas acceder a médicos y especialistas sin necesidad de esperar años por una atención. Debemos apuntar a un sistema público de salud que se transforme en un gran poder negociador frente a los monopolios que controlan el mercado de los medicamentos, que ponga la salud de los chilenos y chilenas por sobre los intereses del “complejo médico-industrial”. Es evidente que el actual sistema público no está a la altura de lo que el país requiere y exige. Su oferta suele ser caracterizada como de baja calidad, con problemas de cobertura, déficit de especialistas y una mala atención. También para los profesionales y funcionarios de la salud es muchas veces un espacio laboral sumamente ingrato, con carencias de recursos y de infraestructura inaceptables, con una carga de trabajo excesiva, con ineficiencias administrativas que dificultan su labor, con pocos estímulos para llevar adelante una buena carrera funcionaria. El problema es que el actual gobierno ha ido en la dirección contraria: en vez de fortalecer el sistema público, lo tiene semiabandonado. Pese a que al ministro Jaime Mañalich le gusta aparecer mucho en la prensa y hacer anuncios de todo tipo, lo cierto es que durante el actual gobierno el avance en términos de calidad, eficacia y respeto por el paciente ha sido más bien paupérrimo. Un ejemplo que ilustra que para el ministro y el gobierno el sector público es secundario es el Hospital Clínico de Ñuñoa. Prometido para ser inaugurado este año, la falta de financiamiento hará que el edificio de cinco pisos en Avenida Grecia sea una suerte de elefante blanco hasta, por lo menos, 2015. Mientras tanto, los vecinos del sector, que incluye a la populosa Villa Frei, tendrán que esperar. No hay que engañarse. En los próximos años el éxodo de las Isapres continuará porque la gente está cansada de los abusos financieros y administrativos, de la enorme letra chica escondida entre líneas en sus contratos de salud privados. Entonces, el sistema público tiene que prepararse para acoger a millones de cotizantes nuevos y al mismo tiempo satisfacer las demandas y expectativas de los millones que ya atiende. Chile está en un momento de su desarrollo económico donde ya no caben las excusas: o mejoramos radicalmente el sistema público aunque sea de manera gradual o nos estancamos una vez más.