Hay
cosas que se pueden arreglar y otras que simplemente no tienen
remedio. Esto último es el caso de las Isapres. A más de 30 años de que la
dictadura introdujera el sistema
privado de seguros de salud y a casi tres años desde que el Tribunal
Constitucional las declarara al margen
de nuestro sistema jurídico, hoy somos testigos del lento y agónico fin de un
sistema ineficiente, injusto y abusivo. ¿Se imagina que en esta campaña
presidencial nos pongamos a discutir cómo “perfeccionar” el sistema de Isapres? Llevamos
más de 20 años tratando de enmendar el rumbo y mientras más retoques se hacen
al sistema, más imperfecciones aparecen. Y al igual que en otros sectores, el
mercado de la Isapres presenta una concentración cada vez mayor. Hoy cinco grupos controlan más de la mitad
de ese mercado. No es de extrañar, entonces, que el sistema privado haya ido
perdiendo cada vez más cotizantes. En 2003, las Isapres captaban 24,5 % de
todos los cotizantes chilenos. En 2010 fue 21,8 % y la tendencia a la baja
sigue. Ya pasó el tiempo de la reforma para salvar el sistema. El actual gobierno tuvo su tiempo y no lo
aprovechó. Las Isapres tuvieron su oportunidad y la rechazaron. Los próximos
gobiernos tendrán urgencias suficientes en el sector público de la salud como
para perder tiempo y energías en un sistema que no quiere y no merece ser
salvado. Sin embargo, poner fin a las Isapres es un asunto más fácil de
decir que de implementar. Por eso, más que proponer que se deroguen o terminen
por decreto, hay que volver a enfocarse en la salud pública. Mal que mal, ocho
de cada 10 chilenos y chilenas que cotizan lo hacen en Fonasa. Tenemos que
dedicar nuestros esfuerzos a diseñar y poner en marcha un sistema de salud
público del cual nos podamos sentir
orgullosos. Un sistema al que aportamos todos y donde todos gocemos de sus
beneficios. Este sistema no sólo tiene que ser solidario, sino que además
aspirar a ser de excelencia, con una articulación correcta y eficiente entre lo
público y lo privado. Tenemos que aspirar, y podemos lograr, un sistema público
que trate bien a los pacientes y sus
familias, que cuente con hospitales modernos y amigables, con redes
asistenciales eficaces y bien interconectadas, con una libre elección que no
funcione simplemente bajo las reglas del mercado, sino que permita a las
personas acceder a médicos y especialistas sin necesidad de esperar años por
una atención. Debemos apuntar a un sistema público de salud que se
transforme en un gran poder negociador frente a los monopolios que controlan el
mercado de los medicamentos, que ponga la salud de los chilenos y chilenas por
sobre los intereses del “complejo médico-industrial”. Es evidente que el
actual sistema público no está a la
altura de lo que el país requiere y exige. Su oferta suele ser caracterizada
como de baja calidad, con problemas de cobertura, déficit de especialistas y
una mala atención. También para los profesionales y funcionarios de la salud es
muchas veces un espacio laboral sumamente ingrato, con carencias de recursos y
de infraestructura inaceptables, con una carga de trabajo excesiva, con
ineficiencias administrativas que dificultan su labor, con pocos estímulos para
llevar adelante una buena carrera funcionaria. El problema es que el
actual gobierno ha ido en la dirección contraria: en vez de fortalecer el
sistema público, lo tiene semiabandonado. Pese a que al ministro Jaime Mañalich
le gusta aparecer mucho en la prensa y hacer anuncios de todo tipo, lo cierto
es que durante el actual gobierno el avance en términos de calidad, eficacia y
respeto por el paciente ha sido más bien paupérrimo. Un ejemplo que ilustra que
para el ministro y el gobierno el sector público es secundario es el Hospital
Clínico de Ñuñoa. Prometido para ser inaugurado este año, la falta de
financiamiento hará que el edificio de cinco pisos en Avenida Grecia sea una
suerte de elefante blanco hasta, por lo menos, 2015. Mientras tanto, los
vecinos del sector, que incluye a la populosa Villa Frei, tendrán que
esperar. No hay que engañarse. En los próximos años el éxodo de las
Isapres continuará porque la gente está cansada de los abusos financieros y
administrativos, de la enorme letra chica escondida entre líneas en sus
contratos de salud privados. Entonces, el sistema público tiene que prepararse
para acoger a millones de cotizantes nuevos y al mismo tiempo satisfacer las
demandas y expectativas de los millones que ya atiende. Chile está en un
momento de su desarrollo económico donde ya no caben las excusas: o mejoramos
radicalmente el sistema público aunque sea de manera gradual o nos estancamos
una vez más.