El programa de Chilevisión forma parte de una serie de iniciativas que
varias instancias han preparado en el marco de la conmemoración de los 40 años
del golpe militar. Muchas de ellas ponen el foco en el uso de la fuerza con que
los militares y la derecha lograron mantener el poder a lo largo de 17 años. El
recuerdo, claro está, no es la génesis de la “odiosidad y división del país”;
ésta empezó, más bien, cuando se apuntaron armas contra personas desarmadas. Pero se puede decir que la acusación de
“sesgo” (tendencia o inclinación) tiene algún asidero, más que nada para quienes se
han acostumbrado a la mezquindad del empate en la política y en la historia.
Aquellos que exigen que se cuente “su versión”, la que no niega lo ocurrido,
sino que se limita a restarle importancia. Como hizo Juan Emilio Cheyre, ex Comandante
en Jefe del Ejército, respecto del caso de Ernesto Lejderman: “este niño que estuvo 20
años engañado por sus abuelos y él cree una mentira y la descubre por un
cuaderno. Él puede estar 20 años engañado por sus abuelos y a mí no se me cree
que esté engañado casi 18 años” El daño
que ha hecho en Chile esa estrategia argumental ha sido inmenso y persiste en
el tiempo: la política contemporánea sigue haciéndose en términos de dos bandos jugando a empatar e
ignorando a la mayoría de los ciudadanos que no pertenece ni se identifica
con ninguno de los dos. Es inmensa la cantidad de gente que se halla en esa
zona intermedia. No sólo los más jóvenes, que nacieron después de que Pinochet
dejó el poder. También los que, siendo mayores, no fuimos víctimas directas de
los crímenes cometidos. Existe certeza de que el ejercicio de la memoria y el
reconocimiento de lo ocurrido restituyen la dignidad a las víctimas. Sin dejar
de reconocer la tremenda importancia que ello tiene, vale preguntarse ¿de qué
nos sirve al resto de nosotros que los victimarios hagan “gestos” o pidan
perdón, como tanto se les ha pedido? Para los demás, el asunto central no son
las cruentas violaciones de los derechos humanos, sino la impunidad y el efecto
profundo que ella ha tenido en la conciencia colectiva. Chile necesita justicia para sanar, no sólo memoria.
Necesita la certeza de que hay leyes, vigentes a todo evento, que castigan
delitos. Que el asesinato, el secuestro, la violación y el robo tienen penas de
cárcel, si no como crímenes de lesa
humanidad, al menos en virtud del Código Penal. Que existe un marco de
convivencia mínimo que pone un límite a lo inaceptable. Si hay una herencia nefasta que la dictadura dejó
a las generaciones siguientes fue la noción, casi inconsciente, de que se puede
abusar de los demás. Basta con ser más fuerte. Y que nuestra sociedad no sólo
lo tolera, sino que incluso lo alienta. La confrontación
generada a partir de la conmemoración del golpe militar de 1973, entre quienes
se ponen del lado de las víctimas y quienes toman parte por los victimarios, se
ha prolongado a lo largo de 40 años, sin
cambios. La permanente neutralización mutua entre ambos ha impedido avanzar
en la elaboración de la historia de este país y empezar a abordar la tarea
siguiente, que es erradicar la impunidad
en todo ámbito. Porque la memoria es necesaria para evitar que se repitan
episodios sangrientos, pero se necesita un “nunca más” que, más allá del
episodio negro de la dictadura, le asegure
a cada persona que está a salvo del prójimo.
Por: Vidia Gutiérrez