Una
vez conocida la prisión preventiva para los dueños de Penta, todos quedamos
mirando choqueados la televisión. No lo podíamos creer: habían caído quienes
todos sabíamos que en un país normal, y no uno patronal y sumamente segmentado
como el nuestro, debían ser juzgados por haber cometido fraude al Estado. Era
una sensación extraña, democratizadora y a la que comúnmente no estamos
acostumbrados. Pero nuestra falta de acostumbramiento no se debe a que vivamos
en la ley de la selva ni nada parecido, sino porque quienes se encuentran hoy
en Capitán Yaber, fueron los que crearon la idea de este país tal cual la
conocemos hoy; son los que escribieron el relato de ese Chile exitoso que no
necesitaba al Estado y menos a la política para ser grande y fuerte. El Chile
post dictatorial fue-como todos sabemos- creado por la dictadura y los acuerdos
de quienes se enriquecieron en ella. La manera de hacer negocios y la idea de
que nuestra sociedad necesitaba reconciliarse y no pelearse más por ideas
políticas, fue lo que instauraron, entre otros, personas como Délano.
Recordemos que el “Choclo” fue el cerebro tras la engañosamente despolitizada
campaña de un Joaquín Lavín que venía a coronar una década como los noventa, en
donde nos apagaron el cerebro y nos incitaron solamente a comprar. Ya que era,
al parecer, el único derecho al que podíamos acceder. Por lo tanto, es
importante ver el alcance histórico de lo que sucedió este fin de semana. Si es
que somos más rigurosos incluso podríamos decir que es un juicio al régimen
cívico militar comandado por Pinochet. Es un juicio tardíoclaro está- pero es
una manera democrática de juzgar lo que parecía que no podría nunca llegar a
ser juzgado. Y me refiero al legado interminable que fue implementado por el
miedo y por el constante estado de excepción. A esa visión incuestionable de
que el empresariado había llegado a detentar el poder por el esfuerzo, aunque
supiéramos que se debía solamente a nuestra mediocre estratificación social. A
que únicamente algunos eran los dueños de las simbologías republicanas debido a
sus apellidos y a sus eternas influencias. Y a que si se encontraban en
problemas tenían tropas que decían ser de todos nosotros, pero claramente
respondían ante ellos, los dueños de este fundo. Es cosa de leer historia y
preguntarse quiénes son los que siempre ganan. Es cosa, también, de preguntar a
quiénes beneficia el discurso indignado que duda de la institucionalidad.
Porque mientras más dudamos de nuestra democracia, más le pertenece a ellos. Es
por eso que esta muestra de robustez de parte de la justicia, puede conducir,
aunque sea, a un pequeño orden de las cosas. A un pequeño equilibrio de la
balanza. Y principalmente a una revisión histórica del empresariado y su
dominio por sobre lo democrático y lo ético. Porque tienen una ética aparte, y
esto les puede hacer ver que todos somos ciudadanos por igual aunque crean lo
contrario. Esto-si es que no se queda en un simple escarmiento de unos pocos
días- puede hacernos reflexionar a todos y demostrar que no es civilizado que
en este siglo todavía las castas se muevan según su propia moral. No es sano
que algunos se sientan dueños de los símbolos y por lo mismo pasen por encima
de estos. Si bien el dictador murió hace tiempo, la idea que sustentó con su
violencia durante diecisiete años sigue vigente bajo el mando de los patrones
para los que él fue el capataz. El mejor empleado. El gran y eterno aval. Y
esos patrones ahora se vieron más ciudadanos ante nuestros ojos, lo que
demuestra que nada es infalible, y menos cuando son ideas inventadas por el
poder, porque la realidad tarde o temprano se impone.
F. Mendez E. L
F. Mendez E. L