La policía secreta del fallecido
general Augusto Pinochet lideró una red de espionaje dentro y fuera de Chile
que cruzó caminos con el Vaticano, el FBI, dictaduras latinoamericanas y la
prensa mundial, según revelan miles de archivos secretos y hasta ahora inéditos
a los que tuvo acceso la Agencia Alemana de Prensa (dpa). Estos
documentos, por décadas catalogados como reservados, confirman que los cuerpos
represivos chilenos, la DINA primero y la CNI después, mantenían
correspondencia casi diaria con ministros y otras autoridades, para coordinar
operaciones en todo el mundo. El coronel Manuel Contreras, que como director de
la DINA planeó atentados en Estados Unidos, Argentina e Italia, tenía potestad
incluso para investigar a los empleados del Estado como revela la Circular
Reservada 35 F-151 de 1975. “Su Excelencia (Pinochet) ha dispuesto que a partir
de esta fecha ningún funcionario público sea contratado sin que previamente se
adjunte a sus antecedentes un informe DINA respecto a las actividades que el
interesado pudo haber realizado”, informó el ministro del Interior de la época,
general Raúl Benavides. En 1976, los poderes de la DINA son ampliados y
detallados. Podrá investigar a todos los funcionarios y será la única
responsable de instalar los citófonos presidenciales en la administración
pública. La policía secreta, responsable de
miles de desaparecidos, ejecutados y torturados según informes oficiales, pasa
a tener además un archivo con las fichas de todos los detenidos y perseguidos,
cuya información envía a cuanto ministerio se la solicite. La DINA, cuyo
director está hoy preso cumpliendo un centenar de condenas, tenía poder incluso
para dar órdenes a ministros, como revela el Plan de Operaciones Epsilon. La iniciativa es
diseñada en junio de 1975 por Contreras, ante la visita al país de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, a la que acuden cientos de denunciantes de
la oposición. El coronel Contreras, quien siempre se ufanó de desayunar a
diario con Pinochet, repartió en ese plan tareas a todo tipo de autoridades, a
quienes advirtió que ante cualquier duda debían contactarlo directamente por
teléfono. La estrategia, contenida en 11 páginas
distribuidas a ministros y jefes de servicios, tenía por misión “realizar una
campaña de acción psicológica abierta y clandestina”, para neutralizar en el
mundo las denuncias por violaciones a los derechos humanos. Las acciones
abarcan desde el uso de periodistas, que no son nombrados, para que “festinen”
con la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, hasta la
eliminación de cintas de la II Guerra Mundial de la programación televisiva por
aludir al nazismo. También son propuestos campañas de ataques a la situación de
los derechos humanos en Portugal, la Unión Soviética, Cuba y Vietnam, y la
disputa de un partido de fútbol entre Chile y Brasil, como distracción. Las
coordinaciones entre la policía secreta y los ministros siguieron incluso tras
de la disolución en 1978 de la DINA, después de que estallara una crisis con
Estados Unidos por el atentado explosivo en Washington contra el ex canciller
socialista Orlando Letelier. La CNI, órgano que reemplaza a la DINA, impulsa
desde ese año operaciones en Bolivia, Argentina y Brasil, a través de las
embajadas chilenas que remiten informes periódicos sobre la actividad de los
exiliados, los medios de comunicación y organismos humanitarios.Prueba de ello
es que el 17 de marzo de 1978, el viceministro de Relaciones Exteriores de
Chile, el general de brigada Enrique Valdés Puga, firmó y envió el oficio
secreto número 35 de Cancillería al entonces director de la CNI, el general
Odlanier Mena. “De acuerdo a lo conversado con Uds. sobre la necesidad de
normalizar la situación de envío de oficiales de esa CNI como Consejeros
Administrativos o Civiles a distintas representaciones diplomáticas de Chile en
el exterior, mucho agradecería remitir, a la mayor brevedad posible, al
suscrito, un ejemplar del Plan Cóndor”, escribió Valdés. El jefe de la policía
secreta, como era habitual, contestó el 21 de febrero directamente al canciller
de la época, almirante Patricio Carvajal, ratificando las destinaciones de los
militares José Aqueveque, León González y Raúl Tejo a Perú, Bolivia y
Argentina, respectivamente. Los archivos secretos revelan además el esfuerzo
continuo de la dictadura (1973-1990) por desacreditar a sus opositores y ganar
aliados, operación en la que también aparece involucrado el hoy diputado de
Renovación Nacional Alberto Cardemil, correligionario del ex presidente
Sebastián Piñera. Cardemil, que fungía en los prolegómenos del régimen
pinochetista como viceministro de Interior, envió a Cancillería las fichas
secretas de los funcionarios de la Vicaría de la Solidaridad, para poner en
marcha una amplia acción de desprestigio de esa entidad defensora de los
derechos humanos, liderada por la Iglesia católica. “Conforme a lo conversado
en nuestra reunión almuerzo de días pasados, me permito adjuntarle carpeta con
antecedentes completos de las personas que trabajan en la Vicaría de la
Solidaridad”, redactó Cardemil el 26 de abril de 1985 en el oficio secreto
1953. Las operaciones detalladas en estos archivos revelan además el
seguimiento a cientos de corresponsales dentro y fuera de Chile, como Pierre
Kalfon de “Le Monde” y James Pringle de “NewsWeek”, entre casi un millar
referidos en estos documentos. También hay preocupación por la labor
de artistas como el escritor Ariel Dorfman y los equipos de inteligencia
remiten a autoridades de gobierno detalles de los debates en centros de
estudio, lo que llaman “activismo intelectual”. Los textos desnudan además los
diálogos con el Vaticano para neutralizar a los sectores de la Iglesia que
criticaban las violaciones a los derechos humanos, liderados por el cardenal
Raúl Silva Henríquez. Piezas clave en todo este entramado son
además los Informes de Apreciación Sociológica que la Armada prepara para la
Junta Militar en los últimos años del régimen. En ellos, es
delineada la entrega del poder y las características que debe tener la
democracia en ciernes, donde se espera que los militares no cedan “el principio
de autoridad”. “Ello ameritará la conveniencia de considerar en 1989 algunos
cambios a la organización del Estado, preservando la sustancia institucional de
los tres primeros capítulos de la Constitución”, propuso el 6 de enero de 1989
en esos documentos el capitán de navío Rodolfo Camacho. Los cambios finalmente
serán acordados con la oposición de centro izquierda. La Constitución redactada
entonces rige en Chile hasta hoy.