El 6 de noviembre de 1980 un joven José Piñera, de apenas 31 años,
anunciaba a los chilenos por televisión la aprobación de la nueva reforma
previsional que empezaría a operar en el país.
Dos días antes, la Junta de Gobierno liderada por el general
Augusto Pinochet, había realizado la sesión final donde se selló el destino
previsional del país. Al menos de aquellos que, paradójicamente, no pertenecían
a las Fuerzas Armadas (FF.AA.). Institución que, tal como relata el entonces
ministro del Trabajo en su libro “El Cascabel al gato”, optó por mantener el
sistema de reparto —que tanto criticaba el economista—, a través de la Caja de
Previsión de la Defensa Nacional (Capredena)
Decisión que en la práctica terminó beneficiando al mundo militar.
Esto, porque por ley la pensión de retiro para las FF.AA. considera para su
cálculo el 100 % de la última remuneración imponible de actividad en razón de
una treintava parte por cada año de servicio. Una fórmula que entrega a los
militares pensiones iguales, mayores o muy similares a las remuneraciones
percibidas durante sus años de servicio.
En contraste, la tasa de reemplazo que obtendrán los cotizantes de las
AFP, según datos entregados por el presidente de la Comisión Especial del
Senado para el estudio de Reformas al Sistema de AFP, Eugenio Tuma, promedia 37
%. Lo que se traduce, tal como reconoció en enero pasado del consejero del
Banco Central, Joaquín Vial, en que las pensiones de al menos 60 % de los
primeros cotizantes del sistema serían menores al sueldo mínimo y rondarían los
150 mil pesos.
Esta cifra dista bastante del 70 % que José Piñera prometía al
impulsar el sistema. Según detallaba en su libro “si todo iba razonablemente
bien, nuestros cálculos indicaban que ahorrando mensualmente un 10 % de la
remuneración, las pensiones podrían alcanzar a montos equivalentes al 70 % de
ella al final de la vida de trabajo”.
Promesa que está lejos de cumplirse, lo que ha generado una serie de
propuestas de reforma, entre las que se cuenta la de su hermano, el Presidente
Sebastián Piñera, quien señaló que el sistema previsional vigente no ha cumplido su promesa, lo que fue duramente criticado
por el ex secretario de Estado.
No es la primera batalla que José Piñera ha dado para defender su
sistema: hace 32 años le tocó hacerlo contra diversos detractores. Entre ellos,
los propios militares.
GENERALES
ESTATISTAS
El objetivo prioritario que Piñera entregaba en 1980 para impulsar la
creación de las AFP, era “crear un sistema que entregara buenas pensiones.
Justamente aquí había fracasado de manera estruendosa el antiguo sistema”,
relata en “El Cascabel al Gato”.
Según el texto, cuando José Piñera llegó al ministerio del Trabajo
“quienes se oponían a la depuración no eran sólo los conocidos de siempre —los
privilegiados del sistema, los viejos cracks, los políticos
dispuestos a oponerse a cualquier iniciativa— sino también, en muchos casos,
los directivos de las propias cajas de previsión. Entre ellos había mucho
uniformado en retiro con proyectos e ideas que eran de temer”.
Uniformados que, según su relato, le habrían hecho la vida a cuadritos
a su idea, pese a lo cual, continuó trabajando, hasta que, “luego de casi un
año de trabajo en la reforma previsional dentro del equipo del Ministerio,
había llegado el momento de comprometer al gobierno. La ocasión propicia era la
celebración del 1º de mayo de 1980, el Día del Trabajo”.
A partir de ese día, en que se anunciaron públicamente las líneas del
nuevo sistema “se puso en movimiento la gran maquinaria nacional para dejar las
cosas igual”.
La antirreforma”, describe Piñera, llegó a constituir un grupo
heterogéneo en su composición, que incluyó a dirigentes sindicales,
catedráticos y a los administradores de las “cajas”, las instituciones
estatales que administraban la vieja previsión.
Se había colocado en estos puestos a un elevado número de uniformados
en retiro con muchos santos en la corte. Eran hombres de confianza del
gobierno, desde luego, pero que lamentablemente entendieron su misión desde el
imperativo de mantener intactas y, a ser posible, expandidas las reparticiones
cuyo manejo se les había confiado”.
El libro detalla que “el último flanco de resistencia a la reforma
vestía uniforme. El Comité Asesor del Presidente, en efecto, estaba integrado
en esa época por un grupo de generales de convicciones estatistas. Cuando
conocieron el proyecto de reforma previsional pensaron que ya los liberales
habían ido demasiado lejos. El general Guillard era la voz más autorizada de
este enfoque y desde un comienzo vio en nuestra iniciativa un paso gigantesco
en dirección a un liberalismo supuestamente desintegrador. Pero en la amplitud
de nuestra reforma vieron la oportunidad para derrotar el modelo económico”.
El hombre más cercano al Presidente, el general Santiago Sinclair,
ministro jefe del Estado Mayor Presidencial, comprendía que la reforma podía
introducir una cuña entre el mandatario y lo que en broma se llamaba “su
partido”, el Ejército, representado por generales que participaban en funciones
públicas. Sin embargo, el general trataba de compatibilizar posiciones que en
rigor eran incompatibles. Al final no apoyó la reforma, pero tampoco la
combatió”.
El relato de Piñera devela que, en vista del amplio arco opositor, a
comienzos de agosto 1980 el proyecto “quedó empantanado en una suerte de tierra
de nadie”, siendo el único tema que se discutía en las esferas de gobierno el
próximo plebiscito constitucional.
La aprobación de la Constitución el 11 de septiembre de ese año, en
palabras del ex ministro, implicó que la ciudadanía “otorgó un claro mandato
para continuar la obra modernizadora y se desvaneció definitivamente el mito
según el cual la economía social de mercado era impopular por definición”.
Además, resultó ser “la tabla de salvación” de su reforma.
Al día siguiente de la votación plebiscitaria, volví a la carga y pedí
una entrevista con el Presidente. Le felicité por la aprobación constitucional
y, antes de que se le borrara la sonrisa del rostro, le dije que el régimen
vivía lo que Stephan Zweig habría llamado “un momento estelar”. Uno de esos
momentos que potencian a los individuos o a las naciones más allá de lo que
nunca fueron. Era el momento de actuar y de aprobar la reforma previsional (…).
La persistencia rindió sus frutos. Se reactivó el proyecto y en sesiones casi
permanentes, las comisiones legislativas terminaron su trabajo”.
LA
RECTA FINAL
Según relata Piñera en su libro, “la última ofensiva anti-reforma del
Comité Asesor se produjo cuando ya el proyecto estaba virtualmente aprobado en
la Junta de Gobierno. El ataque fue tan violento como inesperado y nadie
hubiera sido capaz de predecirlo.
La sesión en que se produjo contó con la presencia de la Junta de
Gobierno y comenzó en un ambiente enrarecido. En ese momento hubiera podido
advertir quizás que algo extraño iba a ocurrir, dada la presencia silenciosa y
concertada de caras nuevas en la gran sala de reunión del poder legislativo.
Apenas comenzó la reunión, el Presidente señaló que había que hacer un
alto en la revisión de los últimos artículos del proyecto y que era necesario
repensar cómo continuar adelante en este tema.
Desde luego, esas palabras me sorprendieron. Pero más me sorprendió el
tono con que un general integrante del Comité Asesor me interpeló a
continuación:
Ministro Piñera, usted ha estado haciendo una encendida defensa del
proyecto que se ha estado discutiendo… pero ¿se da cuenta usted de que está
mutilando el poder del Estado? ¿Se da cuenta usted que este gobierno, en
circunstancias políticas más adversas, podría necesitar ese poder que con este
proyecto estamos sacrificando? ¿No cree usted que en este plano el liberalismo
suyo nos está llevando demasiado lejos?”.
En su respuesta, cuenta Piñera, reconoció que se daría un paso enorme
al reducir el poder del Estado, pero “Chile entero ganará y se habrá dado un
testimonio irrefutable de la voluntad del gobierno de construir en Chile una
sociedad realmente libre. Y entiendo, general, que ése el proyecto de este
gobierno. ¿O me equivoco?”.
Ante esto, describe el economista, “un largo silencio siguió a mi
contraataque (…).Pero el silencio fue roto por un coronel, para disparar desde
otro frente con artillería pesada, dirigida tanto sobre el proyecto como en mi
contra.
Quiero saber, señor ministro, dónde existe un régimen previsional como
el que usted quiere implantar en Chile, utilizando el poder, la popularidad y
además el prestigio de las fuerzas armadas y su gobierno. Yo me pregunto ¿cómo
se atreve… cómo es posible que se esté comprometiendo al régimen en un
experimento tan incierto y tan discutible como esta reforma?
Me sentí solo y, lo que es peor, me sentí cansado. Tuve la absoluta
certeza de que estaban operando fuerzas oscuras y concertadas para hundir la
reforma de las pensiones. Inexplicablemente para mí, el Presidente siguió sin decir palabra,
pero intervino el general Matthei, Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea. Dijo
que no aceptaba el tono de la interpelación que había escuchado. Que mi lealtad
y capacidad estaban a esas alturas más allá de toda duda. El general estaba
irritado. Le parecía que la discusión era absolutamente estéril y que se estaba
perdiendo de vista el objetivo de la reforma: reemplazar un sistema previsional
caótico e inmoral por un régimen de pensiones efectivo. Recuerdo que levantando
algo la voz dijo: “Porque es inmoral que nuestros hijos tengan que pagarnos las
pensiones que nosotros cobraremos el día de mañana”.
José Piñera defendió su modelo, recalcando que la originalidad del
sistema privado “lejos de ser una desventaja, era una fortaleza”. Tras lo cual,
y “como para zanjar definitivamente el asunto, el Presidente miró a su derecha,
y preguntó a quemarropa al almirante Merino, Comandante en Jefe de la Armada,
su opinión sobre las posiciones que se habían expuesto. El almirante,
imperturbable, despejó con pocas palabras cualquier duda:
“Yo estoy totalmente de acuerdo con el
ministro —señaló”.
Luego de eso Augusto Pinochet suspendió la
sesión.
AFP
PARA LOS CHILENOS, CAJA PARA LOS MILITARES
Una semana después, el entonces general en Jefe del Ejército convocó a
la Junta nuevamente para terminar de analizar el proyecto.
El economista, relata que “no hubo referencia alguna a la crisis de la
semana anterior. Tampoco quise preguntar nada. ¿Qué ocurrió entre tanto con las
posiciones que parecían irreductibles? Nunca lo supe con exactitud y preferí no
volver a tocar el tema (…). Lamentablemente, los generales encargados de la
previsión de las fuerzas armadas se negaron a aceptar que sus miembros quedasen
en libertad de entrar al nuevo sistema. Es cierto que la previsión de los
uniformados plantea requerimientos singulares”.
Esto, señala Piñera, porque “no es conveniente, según se me decía, que
entidades previsionales privadas manejen información sobre contingentes y
dotaciones de tropa en los distintos cuarteles del país. No es lo mismo un
seguro de invalidez y sobrevivencia para empleados civiles que para los
soldados en tiempos de guerra. No era lo mismo la jubilación anticipada de los
uniformados por razones de servicio que la práctica viciosa de las jubilaciones
prematuras del antiguo sistema previsional, obtenidas por la vía de los
privilegios.
También su incorporación planteaba requerimientos fiscales de
magnitud. Pero en cada uno de estos problemas o reparos cabía la posibilidad de
llegar a soluciones técnicas satisfactorias.
El Comité Asesor nunca aceptó esa posibilidad. Los generales me
hicieron presente con mucha claridad que la Caja de Previsión de la Defensa
Nacional no dependía del Ministerio del Trabajo sino de la cartera de Defensa y
que, por lo tanto, había un asunto jurisdiccional de por medio que era
insalvable. Por este lado, el capítulo estaba cerrado”.
Pese a que tras el encuentro se creó una comisión mixta para estudiar
el tema, “primó la opción estatista. Desde entonces, la crítica al nuevo
sistema de pensiones más difícil de responder es por qué, si el régimen de
pensiones es tan bueno, las fuerzas armadas no fueron incluidas. La verdad es
que perdimos esa batalla, y eso fue malo para el personal de las fuerzas
armadas, que dejaron de tener una opción que algunos podrían haber considerado
superior, y fue también malo para el país”.