El mundo bursátil está lleno de misterios, de
juegos secretos y a veces de fraudes. La historia y la literatura dan cuenta de
muchos casos en que algunos aventajados hacen cosas admirables con dinero ajeno e infinitas argucias que a veces los
órganos controladores nunca descubren y que en ocasiones, cuando ocurre,
resulta tarde y el daño está hecho.
En Chile, desde que se potenció el mercado de
capitales, las operaciones de bolsa adquirieron una dimensión muy importante.
En particular, dicho mercado adquirió una trascendencia enorme cuando se les
permitió a las AFP comprar acciones a mediados de 1985, para controlar
empresas, no sólo privadas, sino especialmente las que se privatizaron.
Nació en Chile una gran industria que se nutrió
de los fondos previsionales, en que vimos reiteradamente situaciones reñidas con la ética y la legalidad y que fueron requiriendo
perfeccionamientos legales para impedir el involucramiento de los fondos
previsionales en las maniobras propias de los grupos económicos controladores y
surgió así una vasta creación legal que trató de establecer un estatuto para
los directores independientes, auditorías del mismo tipo y un conjunto de
reglamentos corporativos que buscaban resolver los problemas de conflictos de
intereses enormes.
Pero estos son siempre muchos más frecuentes y
acuciantes y, sobre todo, más rápidos que la autoridad que debe controlar.
Hemos visto sólo en el último tiempo casos notables de audacia y de delitos,
como la situación de La Polar, el uso de fondos privados y otros temas en
Unimarc; hace un año, el intento de Enersis por obtener un enorme capital de bolsillos chilenos para comprarse las empresas
latinoamericanas y muchos otros que se verán en el camino a corto andar.
Hoy preocupa a la opinión pública el caso de las
cascadas, una creación que debe tener más de 25 años en la que el controlador
de Soquimich logra su poder mediante un conjunto de empresas que se relacionan
escalonadamente y también horizontalmente, formando un entramado
que permite al menos dos cosas conocidas ahora con claridad. La primera,
controlar con menos dinero del que se posee una
empresa importante y hacerlo con la colaboración de minoritarios que en los
diversos escalones ponen su plata medio a
ciegas, en la esperanza de recibir algunas migajas que el controlador pueda
darles. Sabemos también, ahora, que el controlador en este caso además utiliza
su poder de decisión en el entramado para
efectuar operaciones que lo benefician a él a
costa de sus socios más pequeños y, asimismo, de la fe pública de las
transacciones de la Bolsa de Comercio.
La historia en sí, hasta aquí, ya representa un grave
atentado al ahorro de las personas que ¿deciden? compartir riesgos en sociedades en
carácter de minoritarios y que confían en la Bolsa de Comercio y los corredores
de bolsa.
Sin embargo, el problema se agrava de manera
considerable cuando inexplicablemente los órganos privados con fines públicos,
llamados AFP, se entusiasman con dineros del ahorro
previsional, y con esos dineros caen en la trampa mortal de hacerse
socios del controlador en diversos escalones y atraviesos que conforman las
cascadas. Resulta altamente preocupante observar, una vez más, que el sistema
previsional es permeable a la ocurrencia de estos hechos y ya muy difícilmente
podemos aceptar la explicación de que la economía es así o los mercados son asá
o que así son los riesgos en el negocio accionario.
Resulta asombroso que las AFP hayan admitido
durante tanto tiempo apuntalar el imperio de
personas que, vinculadas de algún modo a un régimen de facto, se hicieron
inicialmente de la compañía bajo condiciones no competitivas, que operaba en un
mercado internacional en que se competía con acuerdo de precios.
Las AFP en este capítulo han hecho francamente el
ridículo y resulta incomprensible su tardanza en ejercer todas las acciones
legales que corresponden. Su actitud podría implicar complacencia con la
cuestión que ha descubierto la Superintendencia de Valores y Seguros,
aparentemente también gracias a antecedentes y denuncias aportadas por
particulares y por las propias AFP.
Tampoco se entiende cómo las autoridades, en 25
años, no se dieron cuenta de este entramado que al parecer obtuvo el apoyo de
importantes redes políticas que, si bien aún no han salido a colación, están a
la vista en los directorios como una primera pista.
Los corredores de bolsa como nunca informaron nada de
esto a sus clientes y menos de que el precio de la empresa verdadera, y no las
de papel, dependiera de un acuerdo oligopólico a nivel mundial, a excepción de Larraín
Vial, que el año 2012 advirtió de la volatilidad de precios. Ello resulta
francamente escandaloso y perfila un fraude al más alto nivel, con ocultamiento deliberado
de información.
El problema de las AFP, según algunos, suele
reducirse a si fracasaron en materia previsional por culpa de su diseño o
porque el mercado laboral no se comportó como se esperaba, lo que para los
efectos de un buen razonamiento viene a ser una tautalogía, porque un buen
diseño debió haber establecido a priori las características del mercado laboral
chileno. Del fracaso monumental de las AFP nos
hemos salvado a medias, porque el Estado ya se hizo
cargo del más del 50% de los pensionados del país, gracias a la visión
subsidiaria del gobierno de Bachelet. Pero del
problema del poder económico que tienen las AFP para la compra de acciones
tanto en Chile como en sus operaciones internacionales, de las cuales no hay
mayor claridad de cómo operan los controles, no
se habla casi nada, es materia de la cual todos quieren hacerse los lesos.
Una AFP estatal no soluciona el problema esencial
del sistema previsional, pero podría establecer un conjunto de condicionantes
operativos muy útiles en cuanto al control económico que las AFP detentan.
Los fondos de pensiones, administrados por las
AFP, constituyen, como se ha dicho por parte de diversos autores, la espina dorsal
del postmoderno capital financiero. El historiador Gabriel Salazar, en un
interesante estudio sobre los movimientos sociales en Chile, con meridiana
claridad señala que “el capital financiero mundial –constituido casi
exclusivamente por fondos de pensiones y fondos soberanos–, opera, pues, sobre
enormes volúmenes de dinero que no son, en esencia, “capital”, y movido por
operadores que tampoco son, en esencia, “capitalistas”, al punto que sus
propietarios originales (los trabajadores cotizantes) tampoco son, en esencia,
“propietarios”, porque en este sistema, la administración de estos fondos es
más importante, funcional y jurídicamente que su propiedad”. Los fondos de
pensiones administrados por las AFP, al año 2012, equivalían a ciento cincuenta y tres mil ochocientos siete millones de
dólares, que es una suma equivalente al PIB chileno.
Las candidaturas a la presidencia de la República
no han profundizado en este tema, en circunstancias que si se desea de alguna
manera corregir el modelo económico, por un lado, y en ciertos rubros y
materias introducir cambios sustanciales, lo que procedería es que los
programas de gobierno abordaran seriamente todo el tema de los fondos de
pensiones y de sus administradoras, organismos, estas últimas, que constituyen
el instrumento determinante de la mercantilización de las pensiones.
En el mecanismo de los fondos de pensiones
administrados por los grupos económicos dueños de las administradoras de
pensiones, se da la paradoja de que el mundo laboral cotizante
presta mensualmente las cantidades de dinero cotizadas a los grupos
económicos, para que estos las utilicen en
provecho directo e inmediato de sus propias empresas, especialmente las que
operan en los ramos financieros.
Estas últimas reciben, a través de complicados
mecanismos, los dineros que fueron cotizados y los emplean para mover el
mercado de capitales, cuyos grandes frutos van en directo
beneficio de quienes administran esos dineros. Si se desea
verdaderamente hacer cambios, debe modificarse radicalmente todo el sistema de
funcionamiento de los fondos de pensiones. El pilar solidario instalado durante
el gobierno de la señora Bachelet, fue únicamente un paliativo, que se da
dentro del esquema de mercado en actual aplicación, pero no constituyó una
modificación sustancial, como es la que realmente se requiere.
La lectura del evangelio del último domingo
hablaba de la lepra, terrible enfermedad de la
antigüedad que hacía que la carne se cayera a pedazos en una muerte lenta y
agónica. Los hechos de las cascadas, que parecen aludir al agua que purifica y
escurre, apunta aquí a lo contrario, a un líquido pestilente que ensucia el sistema económico, que desprestigia el sistema financiero en general y el
accionario en particular. Deja, además, al Estado como regulador actuando tarde
y con inexplicables desavenencias entre el Ejecutivo (SVS) y el Ministerio
Público. Todo ello confunde a la población y se presta para malos entendidos y
maledicencias. El sistema económico actual está padeciendo de la grave
enfermedad descrita y eso trae grave desprestigio a la clase empresarial y
anticipa duros momentos para la ciudadanía. En
cuestión de tiempo y, quizás, poco tiempo.
Ramón Briones E. Hernán Boselin C.